Archivo | septiembre, 2012

Un gran hit en mi otra vida.

24 Sep

 

Le encanta componer canciones. Le encanta poner música a los distintos momentos del día.

Y componía. Para ella más que para nadie.

De vez en cuando, enviaba a su «mano derecha» su última composición.

Aquella mañana había tenido un tiempo para dedicarse a sí misma y lo había invertido en capital musical.

Había terminado las estrofas que le permitían cantar un nuevo tema.

Había decidido qué notas iba a emplear y se había grabado con la calidad habitual -horrible-, permitiéndose así recordar la melodía sabiendo que aquella canción pronto regresaría al lugar de donde venía.

Decidió que quería ser escuchada y mandó un e-mail a su dirección predilecta esperando la crítica, siempre benévola, de su interlocutora.

-Un momento, déjame que lo escuche un par de veces y ahora te digo-.

Esperó paciente sabiendo que la respuesta sería positiva.

– Me gusta, debería pasar a la «lista de las elegidas»-.

-Otro gran hit en mi otra vida-.

Sabe que es probable que nunca salga a la luz más allá de ser escuchada por un par de amigos, entre copas.

En su otra vida es capaz de subirse a un escenario con una fuerza titánica y dejarse las manos, voz y corazón en cada actuación.

En mi otra vida…

– ¿Sabes? He conocido a alguien y… (y no eres tú) -.

18 Sep

Recibió la noticia como un mazazo.

No era la primera vez que le ocurría; escuchaba y comprendía pero no asimilaba.

Tenía una especie de opción “piloto automático” que le permitía continuar con la conversación sin que se le quebrase la voz. Daba la falsa sensación de que estaba serena, de que no iba con ella, de que le afectaba más bien poco, de que, incluso, se alegraba… Pero realmente era ese tipo de calma que antecedía a la tempestad.

Lo peor era el momento de colgar. Lo peor era quedarse sola con sus pensamientos sin saber bien qué sentir. Cuando se hacía el silencio empezaba a computar información, empezaba a intentar cuadrar de nuevo y se veía sin fuerzas, exhausta.

– Estoy cansada, estoy muy cansada- pensaba. Pero luego se autoconvencía de que no era para tanto, que eran cosas que podían pasar, que tendría que dejar, en algún momento, de hacer castillos en las nubes y empezar a mirar bastante más al suelo.

Eso ocurría en muy contadas ocasiones.

Por lo general, al terminar de calcular esa ecuación inexacta de pensamientos y sentimientos acumulados, al ordenarlos y despejar las incógnitas, al hallar el resultado, rompía a llorar. Mientras intentaba controlar la situación, su cuerpo la traicionaba haciéndole temblar como una hoja de papel. Hacía aguas por todos lados. Se derrumbaba, sentía como si hubiesen quitado el suelo bajo sus pies y estuviese ejecutando un ejercicio de caída libre mientras veía cómo se iba aproximando a tierra firme  y adelantaba el despampanante golpe que iba a recibir solamente equiparable al estado de su alma desvencijada.

El dolor empezaba con un nudo en la garganta. Era en ese momento cuando intentaba tranquilizarse y ser racional. Pero había algo más fuerte, siempre había algo más fuerte. Sus sentimientos, sus sueños, sus anhelos rotos pesaban más que su cordura. Y en ese instante enloquecía. No podía ver las cosas de otro modo. Todo era desdicha y todo era oscuridad. Los pensamientos negativos desfilaban por su mente como una comparsa sin fin.

– No llores. Cada una de tus lágrimas vale oro.- le habían dicho. – Lástima-, pensó ella, -si las hubiese guardado ahora sería millonaria.

Ella sabía que el peligro no residía en sus lágrimas. El peligro estaba en las ganas irrefrenables de autodestruirse. Se había visto reflejada en la protagonista del último libro que había leído al comprobar que ella también prefería el dolor físico al que reproducía su mente. Porque el dolor físico, en muchos casos, puede paliarse. Sin embargo muchas personas sufren sus sentimientos que se instalan como fantasmas en caserones abandonados y eso, eso no hay nada que lo palie.

Son letanías interminables de dudas y miedos que se suceden una y otra vez. Y cuando creías que ya se habían olvidado, basta con algo tan insignificante como una palabra, un perfume, una imagen, un sabor, un tacto o una canción para volver a caer en el eterno laberinto de la desesperación.

– Pero, ¡saldrás de esta!-. – ¡Cómo siempre!- Había respondido. -¡Qué remedio!- Pensaba; es luchar o dejarme morir.

Frustraciones 2

12 Sep

 

Es como la sensación que te queda cuando vas en el autobús y al parar en un semáforo, ves paseando por la acera alguien a quien hace mucho que no ves. Y te encantaría que volviese la cabeza y te reconociese para poder saludarle o lanzarle un beso, pero prosigue su camino.

O como cuando decides llamar a alguien por teléfono porque hace tiempo que no habláis pero en ese momento no puede hablar contigo y te dice que te llamará, pero luego nunca llama.

O como cuando te encuentras a un viejo amigo por la calle y te das cuenta de que esa amistad fresca y espontánea está completamente oxidada y que el otro ha decidido guardar vuestros recuerdos en el trastero y has quedado sustituido.

O como …

Frustraciones

9 Sep

Heridas que creemos cerrar y que con el paso del tiempo, lejos de curar, se ahondan.

Dejar que pase el tiempo esperando una cura y que la enfermedad no haga más que avanzar.

Quedarse parado y que lo único que pase sea el tiempo, vaciando de granitos el bulbo superior de nuestro reloj de arena particular.

Concepciones tatuadas con el fuego de nuestra propia intolerancia.

Decepciones que hacemos nuestras bajo el prisma de nuestros complejos.

«Castigos» que nos echamos como sogas al cuello, arrastrándolos, creyéndonos merecedores de toda desdicha, encontrando las razones de los mismos en los pliegues más ínfimos de nuestra culpabilidad.

Perfeccionismos imposibles. Autoexigencias absurdas.

Modas. Atajos mentales que se convierten en estereotipos. Estrecheces mentales que convierten el humo de los estereotipos en prejuicios.

Proyectos que se empiezan con una ilusión cegadora y que estallan a la primera subida de tensión.

Amores que destiñen al primer lavado.

Enamoramientos baldíos.

No saber alegrarse a tiempo.

Ahogar el «Te quiero» que jamás podrás gritar.

Puñales escondidos en abrazos.

Vergüenza en el intento de ser quien no eres. Miradas al suelo.

Llantos de angustia ante lo desconocido.

Dejar de intentar por no fracasar.

Lágrimas que, en lugar de limpiar, se encharcan.